jueves, 9 de septiembre de 2010

UNA MISIÓN

Termina el verano... y comienza un nuevo curso que se avecina con muchos cambios. ¿Qué pasará de aquí a junio?

Nombres, encuentros, tropiezos, alegrías, algún disgusto y mil cosas por hacer...

Tod@s tenemos sueños y proyectos para estos meses. Tenemos una rutina con la que reencontrarnos y al mismo tiempo, cientos de novedades que nos asaltarán. No podemos afirmar con seguridad lo que vendrá.

Pero pase lo que pase, debemos ser conscientes que tenemos una misión...

Una misión es algo que te encomiendan, un encargo que sólo tú puedes hacer. Y esa misión es real, es necesaria y es urgente. Y viene de muy lejos o de muy dentro, según como se mire (pues en ambos sitios está Dios). Tiene que ver con nosotros mismos y al mismo tiempo con nuestro mundo. Es un encargo delicado e imprescindible.

Estamos enviados a humanizar nuestro mundo (sacando lo mejor de nosotros y de los demás), y a divinizarlo (haciendo presentes los destellos de Dios en él). Y esto, que queda muy bonito como slogan, se hace desde lo más cotidiano: respetando la dignidad profunda que todos tenemos y descubriendo en Jesús - y su manera de darse - un camino hacia el rostro del Dios invisible. ¡Ni más ni menos!

¿Y dónde se concreta esto en mi vida? No en quimeras o en proyectos etéreos, sino en los rostros cercanos, en mis propios retos personales. En las encrucijadas de mi vida. En los objetivos sencillos, pero auténticos, que voy poniendo en mi vida.

En las aspiraciones (que son mis búsquedas) y los logros (que son mis huellas). En las semillas que pongo en torno mío. En definitiva, en la manera en que el mundo - y cada lugar - es distinto (y ojalá mejor) tras mi paso por él.

En unos días comenzará un nuevo curso: ¿sabes cuál es tu misión?